Granjero busca esposa (en un cementerio)

La colisión entre estrellas en el ancho mar de la galaxia es un fenómeno poco recurrente, pero cuando sucede, la supernova libera durante semanas e incluso meses un fulgor boreal desconocido para los quebradizos cuerpos de los astros. Así de posible e imposible era que la joven viuda Aiora, una naif bibliotecaria, y Carlos, hombre campestre, rudo y de poco brillante ingenio, intercambiaran más que un educado gesto de saludo como vecinos de nicho. Vecinos de visita en un camposanto, quiero decir. Así de posible y de certero es que te enamores de El tipo de la tumba de al lado.

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Los mariposeos mentales de la pareja brotan mediante monólogos alternados, tomando brío por un pronto punto de partido. ¿Culpa de la congestión hormonal? ¿De un humeante plato casero? Mientras la joven viuda filosofa sobre Schopenhauer con la molesta ingerencia de su reloj biológico, el apocopado granjero da el parte a su fallecida madre sobre desbrozadoras, vacas y el asunto baldío de las mozas.

La adaptación de la novela homónima de la sueca Katarina Mazetti regresa felizmente a la cartelera , al Teatro Quevedo, tras la versión que estrenase José María Pou en 2012 en el Teatro Goya de Barcelona con Maribel Verdú y Antonio Molero.

El público, a espera de melindres en los diálogos, se contagia a carcajadas cuando los dos seres de planetas opuestos se entregan a la aventura y una escena de sexo se convierte en un Wild West descacharrante y un tortazo al aire da pie a que los actores repitan la escena por petición popular: habemus porrazo en tres dimensiones. La culpa no es del cha cha chá, sino de dos cómicos que, bajo la dirección de Begoña Bilbao, se divierten cómplices deslizando las piezas del escenario. Ahora se mueven por el minimalista piso de ella, ahora por el caserío poblado de mantelitos de él y el espacio neutro del centro comercial toma la vez de una biblioteca y las losas del ajardinado cementerio.

El juego escenográfico vierte el tono pizpireto de la extraña pareja, una Aitziber Garmendia a la que tuvimos la suerte de descubrir, pletórica, en su ristra de registros de Wilt, El crimen de la muñeca hinchable y al vasco de la comandita más catódica de Hispalis, Iker Garlatza (Allí abajo, Vaya Semanita), con una vis a pruebas de flores y lutos.

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