¿De dónde vienen los bebés (artísticos)?
Los bebés artísticos vienen a veces de París (o de compañías estables que consiguen montar un espectáculo nuevo cada año, ¡y vivir de él!). A veces los trae la cigüeña (o una productora con un capital importante que puede permitirse invertir en hacer una obra determinada, y que suele elegir rutas que le ayudarán a recuperar esa inversión).
Otras veces, papá pone una semillita en mamá… y entonces ella se obsesiona por completo con esa criatura y no para hasta que consigue que nazca. Éste fue el caso de Pretérito Imperfecto, que vio la luz este mes en Nave 73, y que ha sido a la vez lo mejor y lo peor que he hecho artísticamente.
La historia de Pretérito Imperfecto empezó, como empiezan todos los embarazos, con un flechazo. Me enamoré. Así de simple. Me enamoré del texto cuando lo vi en el Festival de Edimburgo, me enamoré de su historia y me enamoré de sus personajes. Hay a quien su reloj biológico le insta a ser madre. Yo supe en ese momento que quería ser Olivia. No importaba lo que costase.
Por aquel entonces, la vida era de color de rosa. John Hamilton May, el autor de la obra, estuvo de acuerdo con que se tradujera y con que intentase montarla en España. Cada e-mail que escribía me daba un subidón de adrenalina, nunca había estado tan convencida de mis propios proyectos como hasta ese momento…
Pero el enamoramiento tiene fecha de caducidad antes de entrar en la rutina, como dicen los científicos, y Pretérito estuvo a punto de desaparecer víctima de ella. Qué puedo decir, yo también tengo facturas que pagar… Llegó un momento en que me hice a la idea de que si el proyecto salía adelante, bien, y si no, pues no pasaba nada. Ya adoptaría alguna otra criatura artística.
Y un día, alguien me dio un empujón. Y de pronto estaba hablando con el director y cuadrando fechas de ensayos, comprando atrezzo y sin saber muy bien (todavía no lo sé) qué me deparaba el futuro.
Lo mejor de Pretérito Imperfecto ha sido, sin duda alguna, la gente. Tengo la suerte de estar acompañada por David Bueno, que ha dirigido esta obra con el cariño y la firmeza del mejor padre. Por Andrés Requejo, María Prendes y José Carlos Fernández, tan cuidadosos con su trabajo actoral como conmigo. Por Marta Cofrade, que no sólo ve más allá, sino que es capaz de crear esa visión para todos nosotros. Sin ellos no hubiese sido posible.
De ese momento han pasado exactamente nueve meses. He tenido náuseas por las mañanas, calambres en el estómago, me he hinchado de felicidad y he estado aterrada ante lo que se me venía encima. ¿Te parece que comparar los proyectos artísticos con un embarazo es un cliché? Prueba a producir uno.
¿Y ahora? Ahora la criatura sigue creciendo, y sigue berreando y pidiendo comida de madrugada. Yo lloro de emoción y de angustia a partes iguales. Me siento como esas madres primerizas que se ven en las películas. Esas que, después de tres semanas sin dormir quieren asesinar, tanto a su bebé, como a esas amigas repelentes que le preguntan «¿cómo puedes decir eso cuando te ha pasado lo más maravilloso del mundo?»
Estoy aprendiendo cosas sobre mi cuerpo que desconocía (por ejemplo, que las flores de Bach que me ha ‘prescrito’ mi compañero de piso, me funcionan); sobre mi carrera (tantos años pensando que sólo tenía vis cómica y resulta que, gracias a ella, me puedo acercar al drama); y sobre quienes me acompañan (si encuentras una persona que te soporte durante todo un embarazo artístico, no la dejes ir). Pero sobre todo, la experiencia de @PretImp me está sirviendo a nivel personal.
No sé, quizás tú que lees esto eres una de esas personas equilibradas que trabajan bien bajo presión y a las que casi nada les saca de sus casillas –en cuyo caso posiblemente pienses ahora que “estos artistas…” y chasquees los dientes en señal de desaprobación.
Pero puede que tú seas un poco como yo, y que también tengas una voz saboteadora en la cabeza que te dice de vez en cuando que no eres capaz de hacerlo, que mejor ni lo intentes porque posiblemente te vaya a salir mal, esa voz hija de puta que te asusta con todo lo que vas a sufrir si sigues empeñado en ese proyecto. Entonces, si eres así, te digo: Hazlo. Hazlo aunque sólo sea por ti mismo. Porque sí puedes. Y porque odiarás cada minuto que el pánico te bloquee y querrás volver a ser dueño de tus lágrimas, pero también perderás cada día el sentido de la gravedad, por un ratito, y flotarás con los millones de globos que se hinchan en tu pecho. Porque descubrirás a todos los amigos que sabías que tenías, pero que quizás no esperabas tener. Y porque, al fin y al cabo, el amor da miedo. Pero no por ello dejamos de amar.
Fotos: David Bueno / Marta Cofrade